Albania es un país que sorprende. Quizás no encontraremos los mejores monumentos ni paisajes más espectaculares que en otros destinos europeos, pero el país nos enganchó. La amabilidad de los albaneses, su gastronomía y naturaleza contribuyeron a que nuestro paso por Albania nos regalara una experiencia viajera fantástica.
Situada en el sureste de Europa, en la península balcánica, Albania limita al norte con Montenegro y Kosovo, al este con Macedonia del Norte, al sur con Grecia y al oeste con el mar Adriático y el mar Jónico. Su posición estratégica, entre Oriente y Occidente, ha hecho que históricamente fuera un cruce de caminos de civilizaciones: ilirios, griegos, romanos, bizantinos, otomanos… Todos han dejado huella en su territorio y en su identidad cultural.
Nuestro viaje por Albania consistió en una ruta en coche de una semana a principios de marzo. Aunque no es un país muy grande (tamaño similar a Galicia), siete días es quizás un tiempo algo justo para ver el país al completo espcialmente si uno quiero relajarse en sus playas. Nosotros apenas dedicamos tiempo a la costa —la famosa Riviera albanesa— porque no era temporada para playas, y preferimos centrarnos en la riqueza histórica y cultural de su interior. Encontramos fortalezas que dominan valles, ciudades de piedra suspendidas en el tiempo, ruinas que evocan el mundo clásico y valles remotos donde aún resuenan tradiciones ancestrales. Todo ello, bajo la mirada de unas montañas que no dejan de acompañar.
A lo largo de este viaje de 7 días descubrimos una Albania auténtica y cambiante, con restos del pasado otomano, comunista y medieval, pero también con una vitalidad joven y contemporánea. Desde la capital Tirana hasta las aldeas remotas de los Alpes albaneses, te contamos la ruta completa al detalle.
¿Qué ver en Albania en una semana?
Empezamos la ruta por Tirana, una ciudad que está lejos de ser la típica capital balcánica. Llegamos a Tirana a última hora de la noche. Nos viene a recoger el transfer, en 25 minutos llegamos al hotel en el centro de Tirana. Nos alojamos en el Boutique Hotel Gloria, en pleno centro, y quedamos encantados tanto con el desayuno como con la comodidad de la habitación y la amabilidad del personal.
Día 1. Tirana
A la mañana siguiente nos levantamos temprano y, tras un generoso desayuno, comenzamos nuestra ruta por la capital albanesa. Tirana es una ciudad diferente: animada, con arquitectura variada y una energía difícil de definir. No es una ciudad monumental al uso, pero tiene algo que te atrapa.
Empezamos el recorrido en la Plaza Skanderbeg, una gran explanada peatonal que actúa como punto neurálgico de la ciudad. Rodeada por edificios de diferentes épocas y estilos, la plaza marca el corazón político y simbólico de Albania.
En el centro, la estatua ecuestre de Skanderbeg —el héroe nacional albanés— preside el conjunto. A su alrededor se disponen edificios de diferentes estilos y épocas: desde el brutalismo comunista hasta modernas torres acristaladas, pasando por el neoclásico del Museo Histórico Nacional. Este último destaca por el enorme mosaico que representa el pasado heroico del país: ilirios, luchadores por la independencia, partisanos.
En una de las esquinas de la plaza se alza la Mezquita Et’hem Bey, pequeña y elegante, construida a finales del siglo XVIII. Fue uno de los pocos templos que sobrevivió al régimen comunista, que prohibió la práctica de la religión en 1967. Destacan sus frescos con motivos florales. A escasos metros se encuentra la Torre del Reloj, que data de 1822 y es otro símbolo de la ciudad. Detrás, nuevas construcciones asoman y roban protagonismo a los pocos monumentos antiguos que quedan en la ciudad.
A unos pasos de allí se alza la Catedral Ortodoxa de la Resurrección de Cristo (Ngjallja e Krishtit), un templo moderno con una cúpula imponente y una torre campanario que domina el perfil del centro. Representa el renacer religioso tras décadas de represión estatal.
Seguimos caminando hacia el Castillo de Tirana. Poco queda de la fortaleza original más allá de algunos fragmentos de muro, pero el conjunto se ha reconvertido en una agradable zona peatonal repleta de cafés, restaurantes y tiendas con encanto. Es un buen lugar para hacer una pausa.
De allí nos acercamos a la emblemática Pirámide de Tirana, construida en 1988 como mausoleo de Enver Hoxha y hoy reconvertida en centro cultural contemporáneo. Su estructura triangular de hormigón es objeto de debate arquitectónico, pero sin duda llama la atención.
No dejéis de subir a lo más alto para contemplar una magnífica panorámica de 360º de Tirana.
A continuación, nos dirigimos a la moderna Mezquita de Namazgah, de reciente construcción. Su diseño recuerda claramente a la Mezquita Azul de Estambul y es una de las mayores de los Balcanes. Muy cerca de la mezquita se encuentra el Puente de los Tabak, una pasarela de piedra otomana del siglo XVIII que recuerda el origen histórico de la ciudad.
Damos un paseo por el barrio de Blloku, la antigua zona residencial de la élite del Partido. Durante décadas fue inaccesible para el ciudadano de a pie; hoy alberga bares, librerías y cafés de aire europeo. Aquí volvemos al final de la ruta para comer en uno de sus numerosos restaurantes.
Aún se conserva, discreto, el búnker de Enver Hoxha, que se puede visitar como parte del itinerario Bunk’Art, pero lo dejamos para otra ocasión. Se trata de un refugio antibombas subterráneo de la época comunista. Como curiosidad, hay que decir que todo el país está repleto de estas estructuras, siendo uno de los países con más búnkeres del mundo (5,7 búnkeres por km2).
- Edificio en el barrio de Blloku
- Bunk’Art
Para terminar la visita a la capital albanesa, damos un paseo por el Gran Parque de Tirana (Parku i Madh), el pulmón verde de la ciudad. Entre senderos, esculturas, cafés y un lago artificial, es un espacio ideal para hacer un receso durante la visita o desconectar del ajetreo de la capital. Tirana no es una ciudad de grandes monumentos, pero sí de contrastes. Y eso, al final, es lo que más nos gustó.
Después de comer nos trajeron el coche de alquiler a la puerta del hotel y ponemos rumbo a Berat. Nos esperan casi dos horas de conducción por el centro del país, cruzando colinas verdes y zonas rurales tranquilas. Llegamos a tiempo de instalarnos y dar un primer paseo en la orilla del barrio de Gorica para contemplar la ciudad de las mil ventanas al atardecer.
Berat es especial desde el primer momento: sus casas blancas, encaramadas a la colina, parecen estar construidas unas sobre otras. El río Osum separa los dos barrios históricos: Mangalem y Gorica, unidos por el Puente de Gorica, una obra de piedra de siete arcos construida en 1780. A esa hora del día, con la luz dorada bajando por el valle, el conjunto ofrece una de las estampas más fotogénicas del país.
Al caer la noche, aprovechamos para dar un paseo nocturno por el barrio de Gorica y por la zona moderna de la ciudad. Cenamos en Zgara Zaloshnja, un restaurante con con platos tradicionales y económicos que nos encantó. Pasamos la noche en el coqueto Hotel Hani i Xheblatit ubicado en el barrio de Mangalem con vistas sobre el río (y parking gratuito). Totalmente recomendado.
Día 2. Berat
Dedicamos toda la mañana a explorar Berat, una de las ciudades más antiguas y mejor conservadas de Albania. Fundada en época iliria y posteriormente romanizada, alcanzó gran relevancia bajo el Imperio Bizantino y durante el periodo otomano. Su arquitectura tradicional, intacta en muchos rincones, le valió el sobrenombre de la Ciudad de las Mil Ventanas. Desde 2008 está en la lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO.
Berat: barrio de Kalaja
Subimos a primera hora a la Kalaja e Beratit, la fortaleza que domina la ciudad desde una colina al este del barrio de Mangalem. Se accede por una empinada cuesta adoquinada y una vez dentro, encontramos no solo murallas y torres, sino también un auténtico barrio habitado.
Dentro de las murallas viven todavía decenas de familias en casas de piedra encaladas con tejados de teja roja. Desde las almenas, se contempla una vista panorámica de Berat y del valle del Osum.
No dejes de visitar el núcleo fortificado del castillo sonde se conservan restos de las fortificaciones y otras estructuras como la antigua cisterna otomana, los restos de una mezquita o una iglesia ortodoxa.
En el barrio del castillo también merece la pena visitar la iglesia de Santa María de Blaquernas. Es la más antigua de Berat, data del siglo XIV y conserva bellos frescos. Entrada gratuita aunque no se permiten fotografías.
Dentro del recinto se puede visitar el Museo Onufri, ubicado en la antigua catedral de la Dormición de la Virgen. Onufri fue uno de los más célebres iconógrafos albaneses del siglo XVI, y su estilo brillante, cargado de detalles y de vivos tonos rojos, es una de las grandes joyas del arte posbizantino.
Berat: barrio de Mangalem
Salimos del barrio del castillo y ponemos rumbo al barrio de Mangalem. Antes de adentrarnos en las callejuelas de este barrio histórico, hacemos dos visitas. La primera parada es el Museo Etnográfico, ubicado en una preciosa casa otomana del siglo XVIII. La vivienda está cuidadosamente conservada, con estancias tradicionales, mobiliario original y utensilios domésticos que ayudan a imaginar cómo era la vida cotidiana en la Berat de hace dos siglos. Desde ahí continuamos hasta la mezquita de Xhamia Mbret, situada justo en el límite inferior de la ciudadela. Se trata de un templo sencillo, construido en el siglo XV por el sultán Bajazet II, que destaca por su minarete esbelto y su estructura armoniosa. Es uno de los ejemplos más antiguos de arquitectura islámica en la región.
Ahora sí, finalizamos la ruta caminando por las estrechas y empinadas calles del barrio de Mangalem. Aunque la vista más bonita con sus casas de fachadas simétricas y grandes ventanales deberemos ir barrio de Gorica, vale la pena perderse por sus calles para ver la estructura y arquitetura original de la ciudad.
Berat: barrio de Gorica
En la ladera opuesta se extiende Gorica, más tranquila y menos visitada. Podemos dar un paseo por tranquilas calles con magníficas vistas al barrio de Mangalem y visitar la iglesia de San Espiridino.
Después de comer, salimos rumbo sur hacia Gjirokastra. En el trayecto realizamos dos paradas.
Cascada de Ujëvara e Peshturës
La primera, en la espectacular cascada Ujëvara e Peshturës, cerca de la aldea de Progonat. Para llegar hasta ella hay que caminar unos 20 minutos por un sendero señalizado con flechas rojas. Aunque el camino es algo exigente y pedregoso, el esfuerzo se ve recompensado al llegar: tres saltos de agua se abren paso en un entorno natural impresionante, y uno de ellos incluso atraviesa un agujero natural en la roca. El paraje es de los que se recuerdan.
De camino encontramos un antiguo acueducto otomano muy interesante además de varios miradores.
Más adelante paramos brevemente en Tepelenë, una localidad con una fortaleza otomana y un puente colgante desde donde se obtienen vistas extraordinarias del río Vjosa y de las montañas que lo rodean. Aunque no le dedicamos mucho tiempo, la panorámica basta para entender por qué este río es considerado uno de los últimos ríos salvajes de Europa. Para cruzar a la otra orilla hay un puente colgante muy chulo.
Al caer la tarde llegamos a Gjirokastra. Dejamos las maletas y salimos a dar un paseo nocturno por el centro histórico. Las calles empedradas, las casas de tejados grises y las luces tenues dan a la ciudad un aire melancólico, casi literario. Cenamos en el restaurante Vojsaba, cerca del bazar.
Para cenar elegimos el restaurante Vojsaba cerca del bazar, donde probamos algunos platos típicos: una sabrosa moussaka, qofte (albóndigas especiadas) y qifqi, unas curiosas bolitas de arroz típicas de Gjirokastra. La combinación de cocina local y ambiente tradicional pone el broche a una jornada completa.
Nos alojamos en Guesthouse Hoxha muy bien ubicado y con una habituación super espaciosa.
Día 3. Gjirokastra, Ojo Azul y Butrinto
Girokastra
Amanecemos en Gjirokastra, ciudad de piedra y memoria. Situada sobre una ladera empinada del valle del río Drinos, esta ciudad Patrimonio Mundial de la UNESCO conserva una arquitectura otomana excepcional, con casas de piedra fortificadas, techos de losas grises y un urbanismo escalonado. La ciudad está bien conservada ya que fue la ciudad natal del dictador comunista Enver Hoxha por lo que puso especial esmero en su preservación.
Nuestra primera visita es al Castillo de Gjirokastra, una de las fortalezas más imponentes de los Balcanes. Data del siglo XII pero fue ampliado por los otomanos en el siglo XIX bajo el mandato de Ali Pasha. Desde su explanada se divisan los tejados grises de la ciudad y las montañas albanesas al fondo. En el interior se encuentra el Museo de Armas, que alberga piezas de las guerras balcánicas y de la Segunda Guerra Mundial.
Desde allí descendemos por calles empedradas hacia el barrio antiguo, donde visitamos la Casa Skenduli, un excelente ejemplo de vivienda otomana del siglo XIX. Conserva el mobiliario original, salas de invitados decoradas con madera tallada, miradores acristalados y habitaciones separadas por género. La casa ilustra con claridad la estructura jerárquica y los códigos sociales de la época.
También nos acercamos a la imponente Casa Zekate, un excelente ejemplo de vivienda otomana fortificada, con techos de madera tallada y vistas privilegiadas.
Subimos hasta el Obelisco de Gjirokastra, desde donde se obtienen unas vistas espléndidas del casco histórico y el valle. Después visitamos la Casa de Ismail Kadaré, uno de los escritores más importantes del país, cuya casa natal hoy puede recorrerse como museo.
Para acabar, damos una vuelta por el bazar histórico, uno de los lugares más animados, donde se entremezclan tiendas de artesanía, textiles, alfombras y pequeños cafés.
El Ojo Azul «Blue Eye»
A media mañana dejamos Gjirokastra y tomamos la carretera hacia el sur, en dirección al Syri i Kaltër (El Ojo Azul). Se trata de una fuente cárstica de agua cristalina que brota desde una profundidad desconocida. Para acceder al sitio natural deberemos estacionar el coche a unos 20 minutos a pie de distancia y pagar la entrada (200k). El paseo no tiene mucho atractivo más allá de las vistas iniciales del lago. Al llegar al monumento natural, podemos observar el fenómeno del agua brotando del subsuelo con un azul turquesa intenso. Aunque en verano está repleta de visitantes, en marzo disfrutamos del lugar con mucha tranquilidad.
Aunque el entorno natural del nacimiento es bonito, el resto del lugar está preparado para el turismo y le resta encanto. En plena temporada, con cientos de turistas, es una visita que para nuestro gusto podría ser prescindible.
Parque Nacional de Butrinto
Seguimos hacia el extremo sur del país para llegar al Parque Nacional de Butrinto, uno de los yacimientos arqueológicos más importantes de Albania y declarado Patrimonio Mundial por la Unesco. Situado entre el mar Jónico y el lago de Butrinto, el sitio ha estado habitado desde el periodo helenístico. Caminamos entre los restos de templos, el teatro del siglo III a.C., una basílica bizantina, murallas del siglo IV, las termas romanas y la llamada Puerta del León. El enclave, rodeado de bosque, transmite una serenidad casi mística.
El recorrido se realiza por libre pero hay un itinerario guiado y te dan un folleto con información.
Personalmente, Butrinto nos encantó siendo uno de los puntos culminantes del viaje para quienes disfrutamos de la historia y los paisajes arqueológicos bien conservados.
La entrada son 1000 leks, si bien fue la entrada más cara que pagamos en el viaje, vale la pena.
Pasamos la noche en la población de Ksamil en el hotel Joni. Habitaciones totalmente renovadas, fácil aparcamiento y desayuno muy correcto. Mañana nos espera una pequeña incursión por la Riviera albanesa.
Día 4. De la Riviera albanesa a las ruinas de Apolonia
Riviera Albanesa
El cuarto día lo dedicamos a recorrer, aunque fuera de temporada, un tramo representativo de la Riviera albanesa, siguiendo la carretera SH-8 desde Ksamil hasta Vlore. Esta ruta bordea el mar Jónico atravesando numerosas poblaciones costeras y zonas de playa que en verano se llenan de visitantes. En nuestro caso, al viajar a finales de marzo y en un día nublado, la experiencia fue completamente diferente: carreteras solitarias, pueblos tranquilos y un mar de color turquesa aunque revuelto como telón de fondo.
Comenzamos por Ksamil, cuyas playas fotogénicas de arena blanca y aguas azul intenso justifican su fama. Sin embargo, nos cuesta abstraernos de la densa urbanización que se adivina detrás de la costa. Aunque en marzo reina la calma, sabemos que en temporada alta cada centímetro de playa se convierte en tumbona de alquiler, lo que le resta autenticidad al entorno.
Continuamos hacia el norte dejando de lado Saranda, una ciudad grande y poco atractiva a nuestro parecer. Seguimos hasta el mirador de Borsh, donde el paisaje se abre a una extensa playa flanqueada por montañas. La panorámica es espectacular.
Poco después hacemos una parada en Porto Palermo, donde visitamos el castillo de planta triangular construido por Ali Pasha a principios del siglo XIX (1803). Está bien conservado y su ubicación sobre una península le da un aire pintoresco. La historia de este líder otomano, que gobernó gran parte del sur de Albania y el noroeste de Grecia, está presente en muchos rincones del país.
Más adelante cruzamos Himarë, cuya franja costera urbanizada no nos entusiasma, aunque el núcleo del pueblo antiguo en lo alto de la colina tiene algo más de encanto. Finalmente llegamos a Dhermi, que nos resulta el pueblo más bonito del día. Su ubicación escalonada en la ladera y su arquitectura lo hacen más atractivo, y además cuenta con una playa amplia y accesible que en estas fechas está completamente vacía.
- Porto Palermo
- Dhermi
El tramo final de la SH-8 quedó enmarcado por las obras y la lluvia por lo que no hay mucho que destacar. Posiblemente, en unos años veremos este recorrido costero en mejores condiciones.
Parque Arqueológico de Apolonia
Tras reponer fuerzas, retomamos la carretera en dirección norte y nos desviamos hacia el Parque Arqueológico de Apolonia, uno de los enclaves arqueológicos más importantes de Albania.
Apolonia fue fundada por colonos griegos de Corfú y Corinto en el siglo VI a.C. y rápidamente se convirtió en una ciudad próspera del mundo helenístico. Más tarde, bajo dominio romano, alcanzó aún mayor importancia gracias a su situación estratégica en la Via Egnatia, que conectaba la costa adriática con Bizancio.
Hoy el yacimiento se encuentra en un entorno natural tranquilo, rodeado de olivos y campos. Caminamos por lo que fue el foro romano, donde destacan los restos del bouleuterion (sala del consejo) y las columnas corintias del pórtico monumental. También podemos ver las gradas del odeón, un teatro romano cubierto bastante bien conservado.
Dentro del recinto, también visitamos el pequeño museo arqueológico, instalado en el interior de un antiguo monasterio ortodoxo. Su iglesia, con frescos medievales y muros de piedra, es un bello contraste frente a las ruinas.
Es una visita interesante aunque el grado de conservación no es tan bueno como el de Butrinto. La visita nos lleva un par de horas y precio de la entrada es de 600 Leks.
Desde allí, retomamos el coche y seguimos hacia el norte durante algo más de dos horas hasta llegar a Krujë, una ciudad cargada de simbolismo para los albaneses. A la mañana siguiente lo recorreremos con más calma.
Esta noche dormirmos en Alesio Guesthouse, un alojamiento familiar situado a 10 minutos andando del castillo en el que estuvimos muy a gusto.
Día 5. Krujë
Situada en la falda del monte Dajti y rodeada de valles, esta pequeña localidad fue la capital del principado de Skanderbeg durante la resistencia contra el Imperio Otomano en el siglo XV. Dedicamos la mañana a visitar Krujë, ciudad simbólica por su vinculación con Skanderbeg, el héroe nacional albanés.
El centro histórico se recorre en poco más de dos horas, ya que el resto de la ciudad moderna no tiene demasiado interés turístico. Comenzamos el paseo por el bazar otomano cuyos orígenes se remontan siglo XVII. Se trata de una calle empedrada flanqueada por tiendas de alfombras, cobre, bordados y recuerdos. Aunque es turístico aun quedan algunas tiendas interesantes con antigüedades y artesanías.
Tras recorrer el la calle del bazar, subimos directamente al castillo de Krujë, que domina la ciudad desde una posición elevada. Dentro de la fortificación se encuentra el Museo Skanderbeg, diseñado en los años 80 con una estética un tanto monumentalista pero lleno de información sobre la figura de Gjergj Kastrioti, el héroe nacional. Las salas del museo narran su lucha contra los turcos, su alianza con los reinos cristianos y su influencia en la identidad albanesa. La terraza superior ofrece vistas panorámicas sobre el valle.
Muy cerca también se puede visitar el Museo Etnográfico Nacional, ubicado en una casa otomana del siglo XVIII con patio interior, cocina tradicional, baños y una reproducción muy bien conservada de la vida doméstica durante el periodo otomano. Nosotros descartamos la visita, ya que en Girokastra ya tuvimos ocasión de visitar dos ejemplos muy bien conservados de casa otomana.
Sobre las once de la mañana retomamos el viaje hacia el norte, camino de los Alpes albaneses. Durante la ruta hacemos una parada en el puente de Mes, el más grande y mejor conservado de los puentes otomanos en Albania. Fue construido en la segunda mitad del siglo XVIII. Con sus múltiples arcos de piedra, se extiende sobre el río Kir en un paisaje natural intacto. El lugar es tranquilo, apenas hay visitantes, y la estructura impresiona por su escala y sencillez.
La carretera nos conduce finalmente al Parque Nacional de Theth, en pleno corazón montañoso del norte de Albania. A finales de marzo, las cumbres todavía están nevadas y el valle permanece silencioso, como detenido en el tiempo. La ruta de acceso, aunque estrecha y serpenteante, está asfaltada desde hace pocos años y puede recorrerse con cualquier turismo sin dificultad. No obstante, hay que extremar la precaución si hay lluvia ya que los desprendimientos son habituales.
Llegamos a Theth hacia las cuatro de la tarde y aprovechamos las últimas horas del día para visitar su iglesia, probablemente la imagen más representativa del valle. Construida en piedra y madera, aislada en una pradera rodeada de montañas, la iglesia de Theth transmite serenidad.
Esa noche y la siguiente dormimos en Royal Land, un alojamiento de montaña perfectamente integrado en el paisaje. Aunque éramos los únicos huéspedes, el restaurante seguía abierto y nos ofrecieron una cena las dos noches con vistas a las montañas nevadas. Fue una experiencia que nos encantó.
Día 6. Theth
Nos despertamos con aire puro y silencio. Theth, con apenas un puñado de casas dispersas en un valle cerrado por cumbres, ofrece un paisaje que parece sacado de otro tiempo. El plan del día es sencillo: caminar.
Muy cerca de la iglesia de Theth empieza la caminata hacia la Cascada de Grunas, uno de los enclaves naturales más visitados de la zona. Nos toca un día invernal y algo lluvioso, pero eso nos permitió realizar la ruta prácticamente solos.
El sendero nos lleva en algo menos de una hora a la cascada más famosa del valle, que se precipita desde más de 30 metros de altura. A finales de marzo, tras intensas lluvias, la cascada tenía muchísima agua y caía con mucha fuerza.
Tras esta primera caminata nos acercamos en coche a la pequeña población de Nderliza. Allí comemos en Restorant Lulash Zelna con magníficas vistas sobre el río de aguas turquesas.
Tras reponer fuerzas, realizamos la ruta hasta el Ojo Azul de Kaprre (Syri i Kaltër i Thethit), una excursión que nos llevará a través de un bonito sendero a través del valle donde pasamos junto a varias cascadas hasta llegar a una poza de agua gélida y azul intenso. No obstante, había tanto agua durante nuestra visita que el movimiento no permitía apreciar el color turquesa de las fotos. En marzo, algunas partes del sendero estaban encharcadas y tuvimos que cruzar alguna pequeña cascada, pero por suerte la mayor parte del camino se podía recorrer con normalidad. Aun así, nos encantó porque pudimos ver todas las cascadas del camino con muchísima agua y sentir la fuerza de la naturaleza en todo su esplendor.
La ventaja de venir en temporada baja es que durante la caminata no encontramos casi a nadie. Solo nosotros, el sonido del agua y la montaña.
La excursión nos llevó alrededor de 3 horas contando varias paradas y se recorre una distancia apróximada de 5 km (ida y vuelta).
De regreso al hotel, aprovechamos para visitar la Kulla e Ngujimit, una torre de aislamiento tradicional donde, durante siglos, se refugiaban los implicados en vendettas familiares bajo el estricto código de la Kanun, un sistema legal consuetudinario que aún perdura en la memoria colectiva.
Dormimos otra noche en Theth, agradeciendo la pausa y la desconexión antes de iniciar el retorno.
Alternativa: Para quienes viajen a partir de abril y dispongan de dos o tres días adicionales, existe una opción muy recomendable para recorrer los Alpes albaneses de forma circular. Esta ruta conecta Theth con el valle de Valbona mediante un espectacular trekking de alta montaña. El recorrido a pie, de unas 6 a 8 horas, atraviesa pasos nevados (en primavera) y ofrece vistas sobrecogedoras. Desde Valbona se puede tomar un ferry por el lago Koman, uno de los trayectos más escénicos de Albania, hasta regresar a Shkodër. Es una de las experiencias más memorables del país, pero requiere mejor clima y planificación logística. |
Día 7. Skhoder
Emprendemos el regreso desde Theth tras un generoso desayuno con vistas al valle. En unas dos horas llegamos a Shkodër, una de las ciudades más antiguas del país y considerada históricamente como una de las capitales culturales de Albania.
Situada a orillas del lago Shkodër, el más grande de los Balcanes, y custodiada por montañas, esta ciudad fue un importante centro ilirio, romano y luego otomano. Su ubicación estratégica, en la confluencia de rutas comerciales entre el mar y los valles del interior, le ha dado protagonismo durante siglos.
La visita al castillo de Rozafa es nuestra primera parada. Se alza sobre una colina que domina la confluencia de tres ríos: el Drin, el Buna y el Kir. El castillo tiene origen ilirio, aunque fue ampliado por romanos, bizantinos y otomanos. Además de sus murallas y vistas panorámicas, alberga una pequeña capilla y un museo. La leyenda de Rozafa, emparedada viva como sacrificio fundacional, sigue siendo una historia profundamente arraigada en el imaginario popular. Desde la cima, se obtienen una de las mejores vistas del norte de Albania, con el lago Shkodër extendiéndose hacia Montenegro.
Después, bajamos al centro para dar un paseo por la ciudad. Caminamos por la calle Kole Idromeno, la principal arteria peatonal, flanqueada por edificios de estilo austrohúngaro, cafés y tiendas. La vida aquí transcurre con calma. Nos detenemos también en la mezquita Ebu Bekr, una de las más grandes y activas del país. Con su cúpula blanca y minaretes, domina el paisaje urbano y refleja el renacer religioso postcomunista.
Tras comer, ponemos rumbo hacia Laç, donde pasaremos la última noche del viaje. Nos alojamos en Lahuta e Vjetër Agroturizëm, una casa rural donde la hospitalidad es inmejorable. Nada más llegar nos invitan a una copa de vino de su propia bodega y nos acompañan a visitar la iglesia de Shna Ndou (Kisha e Shna Ndout), situada en lo alto de una colina. Desde allí disfrutamos de un bonito atardecer para despedirnos de nuestro viaje por Albania.
Cenamos en el propio agroturismo, donde nos ofrecen cordero cocinado bajo el tradicional saç, un método de cocción lento con brasas que deja la carne muy rica.
¿Qué comer en Albania?
La cocina albanesa es, en muchos aspectos, un reflejo de su historia. A medio camino entre los Balcanes y el Mediterráneo, hereda influencias otomanas, griegas, italianas y eslavas, pero mantiene una identidad muy marcada. Lo comprobamos cada día durante nuestro viaje, ya sea en restaurantes tradicionales, casas rurales o pequeños locales de comida casera.
Uno de los platos más recurrentes es la tavë kosi, un asado de cordero al horno con yogur y huevo que sorprende por su textura cremosa. También encontramos con frecuencia la fërgesë, una mezcla de pimientos, tomate y queso blanco fundido, servida caliente y acompañada con pan.
En zonas como Gjirokastra, aparecen platos más específicos como los qifqi, bolitas de arroz con hierbas que se fríen ligeramente y que se consideran una especialidad local. Las qofte, albóndigas especiadas de carne picada, están por todas partes y se sirven a menudo con cebolla, yogur o pan ácimo.Otro clásico de la gastgronomía albanesa es byrek, una empanada de masa filo rellena de queso, espinacas o carne, que también aparece como tentempié a cualquier hora.
Los productos lácteos (queso de cabra, yogur espeso) y las verduras frescas están muy presentes. En la costa, aunque no lo incluimos esta vez en la ruta, es habitual el pescado fresco del Adriático. En el interior, los platos son más calóricos y pensados para el invierno: estofados, guisos y pan recién hecho. En todo el país, el café ocupa un lugar esencial. Se sirve fuerte, en tacitas pequeñas, y es el motor de la vida social.
Por último, otra cosa que nos encantó fueron los desayunos. En todos los alojamientos nos sirivieron desayunos muy completos.
Viajar por Albania en marzo nos ha permitido conocer una versión auténtica del país. La falta de multitudes, el ritmo rural de muchas zonas, la calidez de las personas y la variedad de paisajes han hecho que cada día tuviera su propio carácter. Desde la arquitectura de Berat hasta los paisajes de Theth, pasando por los castillos, las ruinas antiguas y los valles solitarios, Albania ha superado nuestras expectativas.
Es un país aún en transformación, donde conviven lo nuevo y lo antiguo, lo restaurado y lo abandonado, lo auténtico y lo turístico. Pero es precisamente esa mezcla lo que lo hace tan interesante. Un destino que, sin duda, recomendamos visitar cuanto antes para apreciar esa autenticidad.
¿Se puede hacer esta ruta en transporte público?
No es recomendable. Muchos de los lugares mencionados, como Theth, Tepelenë, o Apollonia, no están bien conectados por transporte público. La mejor forma de hacer esta ruta es en coche de alquiler, que permite adaptarse a los tiempos y acceder a zonas rurales con libertad.
¿Es seguro conducir por Albania?
Sí, aunque conviene extremar la precaución en zonas de montaña como el acceso a Theth. Las carreteras principales están en buen estado, pero algunas secundarias pueden tener baches o señalización escasa. Conducir durante el día y mantener la calma en zonas urbanas con tráfico denso es clave.
¿Cuál es la mejor época para hacer esta ruta?
Primavera y otoño son ideales (marzo-junio y septiembre-octubre). En verano, la costa está masificada y hace mucho calor. En invierno, el norte puede estar inaccesible por nieve. Nosotros la hicimos a finales de marzo y nos gustó mucho: sin multitudes, paisajes verdes en el sur y cascadas con caudal abundante. No obstante, recomendaríamos los meses de abril y mayo para encontrar mejor tiempo y un paisaje más primaveral en el valle de Theth.
¿Hace falta saber albanés?
No, y lo cierto es que es un idioma que nos pareció bastante complicado de pronunciar. En la mayoría de alojamientos y restaurantes turísticos se defienden con inglés, italiano e incluso español. Además, la actitud hospitalaria de los albaneses facilita la comunicación con gestos o traducción básica si es necesario.
¿Se puede pagar con tarjeta?
En las ciudades principales sí, pero en zonas rurales (como Theth o algunos bazares) es preferible llevar efectivo. La moneda oficial es el lek albanés, y aunque el euro es aceptado en la mayoría de sitios, no se debe depender de ello.